Comentario
La dominancia que posee en la economía antigua en general, y específicamente en la Hispania romana, la producción agrícola-ganadera determina el carácter subsidiario de las actividades artesanales y comerciales; esta subordinación tiene su reflejo en las consideraciones peyorativas que suscita su valoración y en determinadas disposiciones jurídicas que prohíben explícitamente la vinculación de la elite senatorial al comercio. Su carácter subsidiario no implica falta de rentabilidad y, en la práctica, su atractivo económico se proyecta en la vulneración de estas restricciones dictadas a comienzos de la expansión mediterránea por la aristocracia romana mediante diversos procedimientos entre los que se encuentran los de individuos o sociedades interpuestos. Pese a ello, su infravaloración favorece el que sectores marginales de una sociedad dominada por valores aristocráticos, como los libertos, encuentren en el comercio un arriesgado medio de promoción social.
Dada su subordinación a la explotación de los recursos naturales, el desarrollo de las actividades artesanales en la Hispania del Alto Imperio se encuentra mediatizado por las transformaciones que se operan en la agricultura, con la aparición de excedentes especializados comercializables que requieren el correspondiente envase; en la pesca, donde se aprecia el mismo tipo de exigencias; o en las explotaciones mineras, que requieren el correspondiente aporte de instrumental, que también requieren otras actividades. La incentivación del proceso de urbanización constituye asimismo un acicate para las producciones artesanales, que proporcionan todos los elementos materiales e instrumentales que exige la ciudad.
Un fenómeno general domina las actividades artesanales en el período posterior a la instauración del principado; se trata de lo que podemos llamar inversión de la situación colonial dominante durante gran parte del período republicano, en el que los centros itálicos envían hacia las nuevas provincias hispanas una serie de manufacturas; así ocurre con los envases de productos agrarios, como las ánforas vinarias conocidas en la correspondiente clasificación tipológica como Dressel 1 y Dressel 2/4 que, aunque derivadas de modelos griegos, se fabrican y se exportan desde Etruria, el Lacio y Campania, o con la vajilla de lujo de barniz negro conocida como campaniense, sustituida desde fines de la república por la cerámica de barniz rojo procedente primero de Italia (sigillata aretina) y con posterioridad de los talleres del Sur de la Galia (sigillata sudgálica).
Las transformaciones que se producen tienen una proyección desigual y dependen de los cambios ocurridos en las otras esferas de las que son subsidiarias las actividades artesanales. En ciertos ámbitos perdura el carácter doméstico de la producción artesanal e incluso las tradiciones artesanales previas, que se documentan en la continuidad que tienen durante los siglos altoimperiales las cerámicas pintadas de tradición indígena, que incluso se producen en los mismo talleres donde se fabrican las producciones "de moda". No obstante, la inversión anotada, que no excluye las importaciones de productos manufacturados, implica un nuevo sistema productivo en el que se imponen formas de organización tales como la estandarización de los productos, la consecuente fabricación en serie y el desarrollo de talleres de relativa importancia, donde se concentran productores organizados en asociaciones (collegia) y productos, y en donde se proyectan nuevas técnicas como la del vidrio soplado.
Los cambios que se introducen son especialmente constatables en las producciones de cerámica, que poseen una importancia reseñable dadas sus relaciones con la comercialización de determinados productos, con el instrumental doméstico o con el sector de la construcción. Concretamente, los talleres artesanales van a proporcionar los envases que permiten la comercialización de productos agrarios como el vino, el aceite, o de los salazones y de salsas derivadas de la pesca. La localización de los hornos productores de los distintos tipos de envases se localizan en su mayoría en la Hispania meridional y en las zonas costeras; especial importancia adquieren los diversos centros (figlinae) de ánforas conocidas tipológicamente como Dressel 20 en el valle medio del Guadalquivir, que proporcionan el correspondiente envase para las exportaciones de aceite. En el resto de la Península se aprecia asimismo la presencia y fabricación de grandes contenedores destinados al almacenamiento de productos esencialmente agrarios a modo de grandes orzas o tinajas (dolia).
En el ámbito doméstico, los cambios en las producciones de cerámica se observan en la amplia difusión que adquieren las vajillas de barniz rojo claro que conocemos como sigillata hispánica, que imitan producciones realizadas con anterioridad en Italia y en el sur de la Galia. Fabricadas a molde cuando llevan elementos decorativos, normalmente de carácter vegetal y excepcionalmente con motivos faunísticos, o a torno cuando carecen de ellos, generan un número importante de hornos que se ubican usualmente en el extrarradio de las ciudades. Precisamente la Lex Ursonensis estipula la localización extramuros de los hornos de determinada capacidad para evitar consecuencias dramáticas como la propagación de incendios.
Actualmente se conoce un número importante de figlinae vinculadas a este tipo de producción; entre ellas se encuentran las de Corella (Navarra), Solsona y Abella en Lérida, Brochales (Teruel), Cartuja (Granada) o las que se localizan en diversas zonas de la provincia de Málaga. No obstante, dos centros dominan el panorama productivo; uno de ellos se ubica en la Tarraconense, en los alrededores del municipio Tritium Magallum (Tricio, Logroño), y el otro en los Villares de Andújar (Jaén), donde se localiza el también municipio de Isturgi Triumphale. Las investigaciones realizadas en este último han permitido fijar un cuadro más preciso sobre el inicio de las producciones y su desarrollo ulterior; su comienzo se produce en época de Tiberio o de Claudio y se desarrolla hasta el siglo siguiente.
La importancia que adquiere la producción de estos hornos puede apreciarse en el gran número de sellos que identifican a los administradores de los correspondientes talleres (officinae); en ellos la heterogeneidad social se observa en la presencia de nombres latinos e indígenas correspondientes a esclavos, libertos y ciudadanos romanos. Los hornos de Tricio distribuyen su producción por amplias zonas de la Península en las que dominan los territorios de la Lusitania; en la Betica dominan los productos de Andújar, que se proyecta en la otra orilla del Mediterráneo en la Provincia Mauritania Tingitana (Marruecos).
También en las actividades textiles se producen cambios con respecto a su organización tradicional. La producción doméstica que había caracterizado el período precedente se mantiene durante el Alto Imperio, como se constata arqueológicamente en la dispersión que tienen las pesas de telar de cerámica en los espacios privados tanto del hábitat rural como urbano; en las excavaciones del poblado de Cabezo de Azaila, por ejemplo, se han encontrado más de 400 pesas. El propio Columela subraya la función que desempeña tradicionalmente la mujer en este tipo de actividad, al indicar que la esposa del administrador (villica) debe instruir a las que trabajan en el telar que abastece a la villa.
No obstante, a partir del principado de Augusto, las actividades textiles superaron los límites de la organización doméstica, como se constata en la documentación epigráfica que alude a la existencia de asociaciones o de oficios claramente relacionados con la producción de tejidos que satisfacen esencialmente las necesidades del mercado local, en la variedad de vestidos que se aprecian especialmente en sus representaciones en mosaicos, o en la propia tradición literaria que subraya la importancia de las correspondientes materias primas objeto de exportación.
Lana, lino y esparto constituyen los tres productos que se emplean en la fabricación; la importancia de la lana se subraya especialmente en relación con los rebaños de la Meseta, pero también en el Sur de Hispania debe de considerarse algo relevante, como cabe deducirse de su progresiva calidad, alcanzada por el tío de Columelaal realizar cruces de ganado de procedencia africana e itálica. El lino tiene sus zonas de producción en la provincia Tarraconense y en el Sur de Hispania; concretamente en las proximidades de Caesaraugusta, en El Cuadrón (Farasdués), se ha localizado un taller de tratamiento de lino compuesto por tres depósitos comunicados, que permiten cardarlo, obteniendo, como anota Plinio el Viejo, 15 onzas de lino por cada 50 tratadas. La zona de producción del esparto, cuyo tratamiento permite la fabricación de aperos, está constituida por los alrededores de Carthago Nova, que incluso llega a conocerse como spartaria por su abundancia.
Las actividades textiles están condicionadas en su desarrollo por los cambios que se operan en otros ámbitos económicos como los agrícola-ganaderos; pero a su vez impulsan el desarrollo de otros sectores entre los que se encuentra el del tinte. También en este aspecto se observa en el mundo romano una importante especialización que se proyecta en los oficios que obtienen sus nombres de los correspondientes colores que aplican, entre los que destaca el de la fabricación de púrpura a partir de las conchas de nurex y purpura tan abundantes en las costas meridionales hispanas; la documentación epigráfica testimonia su presencia mediante la correspondiente identificación de estos oficios ejercidos por libertos y esclavos.
El desarrollo que se produce en los distintos sectores productivos demanda la fabricación, a su vez, del utillaje necesario, en cuya elaboración las actividades metalúrgicas cumplen una función fundamental. Aunque el material puede ser transportado en bruto y las propias Leyes de Vipasca estipulan la prohibición de transportarlo de noche bajo multa de 1.000 sextercios, las fundiciones se localizan en las proximidades de las minas como se aprecia concretamente en las fundiciones de galena argentífera descubiertas en el distrito minero de Castulo, en las proximidades de la actual Vilches (Jaén), compuestas por varios hornos yuxtapuestos. En cambio, debemos aceptar que la elaboración del variado instrumental para las actividades productivas, militares e, incluso, la fabricación de objetos con metales preciosos debió de ubicarse en el contexto urbano, como se ve concretamente en Emporiae (Ampurias), en Bilbilis (Calatayud) y en Turiaso (Tarazona).
El desarrollo que alcanza el proceso de urbanización en las provincias hispanas y las peculiaridades constructivas que se introducen, en claro contraste con las tradiciones indígenas, generan las correspondientes actividades artesanales, que se vinculan tanto al ámbito estrictamente constructivo como al decorativo, y exigen asimismo el aporte de otras actividades como las metalúrgicas, presentes por ejemplo en las conducciones de plomo para el agua o de hornos de cerámica que facilitan diversos materiales de construcción.
Dada la importancia que en la técnica edilicia posee la piedra, el proceso de urbanización genera una intensa explotación de canteras de diversos tipos entre los que se encuentra la caliza, el granito, el travertino o el mármol; cuando el medio lo posibilita, estas canteras se ubican en las proximidades de las ciudades, como ocurre con el tipo de piedra utilizada en las construcciones monumentales de Barcino, procedentes de Montjuic, en las de Tarraco de El Médol, en Baria (Villaricos) de Albox, en Antikaria en las proximidades de Antequera, o con las canteras de granito de Guillena que abastecen a Hispalis y a Italica.
La excepcionalidad del mármol, al mismo tiempo que la exigencia de determinadas calidades condicionan la producción de determinadas canteras, que irradian mas allá de las necesidades locales; tal ocurre con el mármol de Macael o con el de Almadén de la Plata, donde la documentación epigráfica constata la existencia del pagus marmorarius, que abastece la construcción de centros relativamente lejanos como la nova urbs de Italica. La propiedad de las canteras se relaciona con la de la tierra y se vincula tanto a particulares como al emperador, y la extracción recae en la misma heterogeneidad social que hemos reseñado para los yacimientos mineros.
Innovaciones técnicas y nuevas características de la producción artesanal se difunden por Hispania en clara relación con el proceso de urbanización, como son concretamente el opus caementicium, mezcla de cal, arena y agua, el ladrillo, y las tejas planas y curvas; en todos ellos está presente la producción en serie. Los hornos de fabricación (figlinae), al igual que ocurre con la producción de vasos de cerámica, se ubican extramuros, como ocurre concretamente en Conimbriga, donde el sello de un ladrillo documenta el cupo diario de producción al que estaban obligados los trabajadores, pero en ocasiones se constata la existencia de instalaciones en villae, cuya producción abastece tanto a la ciudad en cuyo territorio se ubican como a zonas más lejanas; tal ocurre con las tejas elaboradas en la villa de Torre Llauder en el territorio de Iluro, propiedad de Lucio Herennio Optato, que abastece a una amplia zona entre Tarraco y la Galia Narbonense.
La proyección del modelo urbanístico romano en Hispania durante el Alto Imperio implica también la de los correspondientes monumentos y aspectos decorativos. La difusión no se realiza de forma mecánica y en determinadas zonas subsisten, mediante su adaptación a la nueva situación, elementos de tradición indígena. Así ocurre con la presencia en la Meseta de las estelas funerarias, que emplean en su decoración elementos de tradición celta tales como discos solares, lunas crecientes, escuadra, etc. No obstante, la amplia constatación arqueológica de elementos constructivos de valor artístico, como capiteles corintios, esculturas de particulares, emperadores y dioses, o mosaicos descubiertos en las principales ciudades hispanas, ponen de manifiesto la importancia de los talleres artesanales que se constatan en Emporiae, Barcino, Emerita, Carmo, etc., que abastecen con sus producciones, en gran medida anónimas, las necesidades de los espacios públicos, especialmente de los foros de las ciudades, pero también las necesidades de otros ámbitos, como las domus de las colonias y municipios o las partes residenciales de las villae.